La vida y la carrera de un artista a menudo están marcadas por momentos inolvidables, pero también por luchas silenciosas que quedan detrás del telón. Ramón el Portugués, un cantaor que dejó una huella indeleble en el mundo del flamenco, es un ejemplo claro de ello. Su voz resonó en los escenarios, pero su historia va más allá de lo que se escucha; se trata de una vida dedicada al arte, la familia y la superación personal.
Una mirada que cautivaba
Antes de que su voz llenara los espacios con su canto profundo y emotivo, era imposible no quedar atrapado por su mirada. Ramón Suárez Salazar, conocido como Ramón el Portugués, era un hombre de presencia imponente, quien solía hacer su entrada a los legendarios locales madrileños como Candela y Casa Patas. Aquellos ojos grandes y profundos parecían contar historias incluso antes de que él abriera la boca. Su estilo, siempre elegante y natural, se complementaba con un impecable pañuelo de lunares y una corbata que reflejaba su aprecio por la estética del flamenco.
A pesar de su seriedad y su carácter reservado, Ramón poseía un sentido del humor sutil que emergía entre sus amigos más cercanos. Su forma de cantar, llena de sentimiento, hacía que cada interpretación fuera un viaje íntimo que conectaba con el público de manera única.
Raíces familiares en el flamenco
La herencia de Ramón en el mundo del flamenco es rica y profunda. Era sobrino y yerno del famoso Porrinas de Badajoz, un referente en el cante flamenco, y hermano de El Guadiana, otro destacado cantaor. A pesar de que sus hijos tomaron caminos artísticos, ninguno se dedicó al cante. Juan José, conocido como Paquete, se destacó como un virtuoso guitarrista, mientras que Sabu y El Piraña se establecieron como figuras prominentes en el mundo del cajón flamenco, demostrando que el talento estaba presente en cada rincón de su familia.
Inicios en el arte flamenco
Desde muy joven, Ramón debutó en el escenario junto a su tío Porrinas en Las Cuevas de Nemesio. Este primer contacto con el flamenco lo llevó a forjar su carrera en lugares emblemáticos como Torres Bermejas, Los Canasteros y el Café de Chinitas. A pesar de su talento, él se consideraba un cantaor «tapado», es decir, alguien que no buscaba la fama a toda costa.
Sus especialidades eran los tangos, pero también exhibió un notable dominio en otros estilos como bulerías, soleares y seguiriyas. Cada uno de sus cantes contaba con la esencia del flamenco, lo que le permitió conectar profundamente con su audiencia.
Grabaciones y colaboraciones significativas
Aunque su carrera no estuvo repleta de grabaciones, dejó un legado sonoro que perdura. Entre sus trabajos más destacados se encuentra el álbum Gitanos de la plaza, lanzado en 1992 bajo el sello de Nuevos Medios de Mario Pacheco. Este proyecto marcó un antes y un después en su trayectoria, resaltando su capacidad para fusionar el flamenco con otros géneros.
Un año después, se unió a la ambiciosa iniciativa Jazzpaña, donde colaboró con grandes nombres de la música como Al di Meola, Michael Brecker y Jorge Pardo. Durante una de las sesiones de grabación, recibieron la trágica noticia de la muerte de Camarón, un artista con quien compartía afinidades estilísticas y artísticas, lo que hizo que su interpretación de Soy gitano adquiriera un matiz aún más profundo y conmovedor.
Un enfoque espiritual del flamenco
La relación de Ramón con el flamenco iba más allá de una simple carrera. Para él, cada interpretación era un acto espiritual, un regalo que ofrecía a su audiencia. Nunca buscó el aplauso fácil ni se dejó llevar por la presión del éxito. En ocasiones, prefería retirarse del escenario si no se sentía en condiciones de ofrecer lo mejor de sí mismo, demostrando su integridad y respeto por el arte.
Desafíos personales y resiliencia
La vida de Ramón no estuvo exenta de dificultades. Cuando le diagnosticaron un tumor en la garganta que afectó gravemente sus cuerdas vocales, enfrentó una dura batalla. Recuerda haberles dicho a los médicos: “Me habéis quitado la vida”. Este momento de oscuridad lo llevó a una profunda depresión, y se recluyó en su barrio de San Blas, enfrentando sus sombras con valentía.
Pese a ello, Ramón también experimentó el amor y el reconocimiento de sus colegas y seguidores. Su legado no solo radicó en su música, sino en el impacto que tuvo en quienes lo rodeaban, convirtiéndose en un referente dentro y fuera de los escenarios.
Un adiós que deja una huella
El fallecimiento de Ramón el Portugués ha dejado un vacío en el mundo del flamenco. La idea de que su voz y su mirada, que tan profundamente nos conmovían, ya no estarán presentes es un golpe duro para quienes lo admiraron. Su historia es un recordatorio del poder transformador del arte y de cómo, a través de la música, se puede tocar el alma de las personas.
Hoy, aquellos que tuvieron el privilegio de escuchar su canto y conocer su esencia lo recordarán con cariño y gratitud. Ramón el Portugués no solo fue un cantaor; fue un maestro que vivió el flamenco con pasión y entrega. Descanse en paz, maestro.

























